martes, 23 de febrero de 2010

El café que me despertaba...

*Este en ensayo fue redactado como parte de un trabajo para la clase de Géneros Literarios*

Bloquiada por completo, no sabía de qué escribir. Hoy es uno de esos días donde mi musa se quedó en la cama, mi cuerpo está en el trabajo y mi mente está en Plutón. Como es de costumbre, desde ya unos meses, twiteo mi dilema culminando con un pensamiento en voz alta: “necesito un café”. Jamás pensé que en ese pensamiento fuera a encontrar lo que estaba buscando.

Uno de mis followers en Twitter me retwitea y sugiere que escriba sobre la dependencia del café en algunas personas (yo caigo dentro de ese grupo de personas) para la concentración. Se me prendió el bombillo. Siento que lo tengo casi todo para comenzar a redactar el ensayo; inspiración, ideas… me falta el café. Ya estoy comenzando a creer que es algo mental, si tengo lo más importante... Para que sigo diciendo que necesito el café?

El semestre pasado entraba a la universidad a las ocho de la mañana. Ahí si necesitaba beberme una taza. Mis deseos de beber café no eran por nada mental, ahí sí que sí. No hacía nada más que el despertador sonar a las seis y media de la mañana y mi cuerpo se levantaba para ir al baño y después rápido para la cafetera mientras mi mente se quedaba envuelta en la almohada durmiendo en la cama. Mi dependencia era total. Una vez me bebía la tasita, mi mente salía de la cama y se apoderaba de mi. Ya el mal humor mañanero no era tan notable y si cogía tapón de camino a la universidad pues, such is life! No me quieras ver en un tapón a las siete y media de la mañana sin haber bebido café; ahí sería otro cuento. Gracias a la cafeína fui una persona totalmente funcional el semestre pasado.

A diferencia del anterior, este semestre estudio por las noches. El ambiente es diferente, los profesores son más cool y hasta las clases me parecen más interesantes. Desde enero me he dado cuenta que mi rutina ha cambiado un poco. Los días que tengo clases y no tengo trabajo mi cuerpo y mi mente se levantan juntitas. Ya nada que una se queda durmiendo y el otro aborrecido se levanta para ir al baño y después van para la cocina. Funcionamos como un matrimonio feliz. Entro a la cocina y en lugar de ir a la cafetera, voy a la tostadora o abro el gabinete para sacar un sartén. Ya el café no es necesario porque en lo que dan las cinco y media de la tarde ya he comido, ya he hablado con todas mis amigas por teléfono, ya he entrado a Facebook más de cinco veces y he twitiado la vida. Entonces, de qué rayos estoy hablando? Yo no dependo del café para ser una persona funcional. Gracias al horario del nuevo semestre descubrí que existen muchas otras cosas que lo pueden reemplazar; así como se reemplaza un ex jevo, una baterías del control del televisor o los potes de habichuelas cuando se acaban en las góndolas de los supermercados. Que tonta fui al no darme cuenta que esto podía ser así de fácil.

Gracias a Twitter y a la idea de uno de mis followers este ensayo pudo ser posible sin tener que tomar cafeína. La clave del éxito es levantarme después de las 10 de la mañana, dar mil vueltas, leer el periódico y entrar al internet. Ya el café en mi vida es un gusto y no una necesidad; así que soy libre… del café, porque sigo necesitando otras cosas. No solamente los novios ni los potes de habichuelas son las únicas cosas que se reemplazan para crear una nueva necesidad.

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